La Si no existiera habría que inventarlo. Es lo que tiene el de Bahía Blanca, que es todo un personaje. Para bien y para mal. Y no rechaza el papel, porque desde que se levanta hasta que se acuesta se interpreta a sí mismo. Sin trampa ni cartón. Sin doblez. Ante todos ustedes, Miguel Lamperti (Argentina, 1978)
Por Rubén López Morán
En un reciente artículo de El Negro decía que el pádel se acaba cuando el camarero nos trae una cerveza. Y que quizá por eso Miguel Lamperti es el jugador más querido en todo el mundo: , citamos literalmente, . Bendita simpleza entonces. Bendita la simpleza que te hace levantar del asiento y aplaudir como un poseso. Bendita aquella que traslada al juego la forma de ser del aludido. Una forma de ser sencilla, accesible, siempre con una sonrisa de oreja a oreja, mientras empuña la pala como una varita mágica. Ahí radica al fin y al cabo su secreto. De ahí nace el enorme cariño que despierta entre los aficionados. Esa manera de golpear la bola que es una mezcla indisoluble de sutileza y potencia. De veneno y encanto. Mucho encanto.
Miguel Lamperti es sin duda el jugador más carismático del circuito Y como todo lo superlativo tiene su cara A y su cara B. La A es que suele salir en todas las fotos. La B es que a veces no se le toma en serio. Quizá por esta razón se asoció con uno de los jugadores de perfil más bajo del circuito profesional. Al que nunca se le ha hecho ni se le hará suficiente justicia. Si Miguel es la alegría de la huerta; Maxi Grabiel es el campo de Castilla. Dos mundos distantes, pero complementarios. Uno proporciona el tomate y el otro el pan donde restregarlo. Esto es, si uno pone el espectáculo que en ocasiones roza el cielo, el otro es el encargado de regresar a la tierra. El mismo Lamperti se deshace en elogios hacia su compañero.
En cambio, Miguel es pádel al cien por cien. No podría pasar una semana sin jugar. Lo transpira. Prácticamente se lo bebe como se bebe la vida. Nunca fue capaz de disociar una cosa de la otra. , reconoce sin ambages. Y añade: . , matiza.
Ese camino pasa por recuperar las sensaciones del 2012. Un año redondo. Se convirtieron la pareja revelación. Ganaron varios torneos, teniendo en el Ágora de Valencia cénit. Llegaron a ser la pareja número 3 del circuito Pádel Pro Tour. Sin embargo, el año pasado las cosas no rodaron todo lo finas que hubieran deseado. La muerte del padre de Lamperti. Un cambio de pista a mitad de año. A fin de cuentas, una pérdida de confianza que les impidió levantar ningún título del flamante y pasado World Padel Tour. , apostilla un preocupado Lamperti, .
Se llame como se llame, la pareja Lamperti-Grabiel estará ahí. Ofreciendo lo mejor de sí misma. Uno, su forma de entender la vida y el juego; el otro, poniéndolos puntos sobre las íes. Si me lo permiten, son el Don Quijote y Sancho Panza del pádel mundial. Salvando todas las distancias. El primero, el soñador que perdería la cabeza por realizar un sueño imposible; el segundo, el fiel escudero que lo acompañaría hasta los mismos pies de los gigantes para advertirle que no son gigantes mi señor, sino molinos de viento. Miquel Lamperti tiene 35 años. Maxi Grabriel, 37. Y ambos esperan finalizar su carrera juntos. No sin antes dar un par de campanadas más. Ya la han hecho sonar varias veces para gozo y deleite de todos los aficionados del ancho mundo. Esperemos sentados entonces, si es posible con una cervecita en la mano mientras suena de fondo “Se parece más a ti”, del grupo Jambao. La canción preferida del hombre que quiso ser.
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